Ahora es más habitual conocerlo como Sir Edmund Hillary, pero mientras fue apicultor era, simplemente, Edmund Hillary. Durante su juventud se dedicó a la apicultura junto con su padre y hermano en su Nueva Zelanda natal. Ahora es universalmente conocido como la primera persona que pisó el techo del mundo, el Everest, junto con el sherpa Tenzing Norgay, en el año 1953 (no hace tanto tiempo, ¿no?), con 34 años.
Edmund Hillary tenía un espíritu aventurero como pocos. Era de esas personas fuertemente motivadas por los retos. En 1953, después de haber participado en los equipos de dos expediciones anteriores en 1951 y 1952, alcanzó por fin el techo del mundo, que se había resistido hasta entonces a ser tocado por el ser humano. Pero, después de esto, participó también en una expedición al Polo Sur en 1958, alcanzándolo con éxito. Nadie había vuelto allí desde que lo hicieran Amudsen en 1911 y Scott en 1912. En 1977 remontó el Ganges en barco desde la desembocadura hasta las fuentes. Y en 1985 alcanzó el Polo Norte, junto con Neil Armstrong, convirtiéndose en la primera persona que había pisado los dos Polos y el Everest.
Pero su espíritu humano no quedaba lejos de su espíritu aventurero. Sus numerosos viajes a Nepal le unieron fuertemente al pueblo sherpa y creó una fundación (Himalayan Trust) dedicada a la construcción de colegios y hospitales. Además fue presidente honorario de la American Himalayan Foundation, organización no lucrativa con la misión de mejorar la ecología y las condiciones de vida de las personas en el Himalaya, y presidente honorario de Mountain Wilderness, una ONG internacional dedicada a la protección de las montañas de todo el mundo.
Y todo esto combinado con su pasión por las abejas. Prueba de ello fue la escultura que encargó al artista inglés Michael Ayrton en forma de panal y que colocó en su jardín. ¿Un poco freaky? Puede ser, pero a las abejas les encantaba y parece que pronto ocuparon la escultura y empezaron a producir miel en ella (no es broma).
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